Elena, dulce de sonrisa y movimientos… mujer que se guardaba el sesenta por ciento de sus sentimientos para ella. Pero para nuestra buena suerte, yo soy su cerebro. Pensaba en él. Pero ya lo había mencionado tantas veces a sus amigas que lo que le quedaba de dignidad la hizo guardar el secreto.
¿Cómo se puede pensar en la misma persona tanto tiempo? ¿Por qué se sigue sintiendo el amor de alguien cuando ya varias lunas cubren los días? ¿Hay almas gemelas que están destinadas a no estar juntas? Pensaba mi Elena.
Todos los días se preparaba su café en la mañana prometiéndose sólo pensar en los pendientes de la semana. Pero el café está lleno de recuerdos e inconscientemente lo tomaba para revivirlos. Sola en su banquita vieja viendo salir el sol. Si supiera lo bonita que se veía cuando los rayos caían sobre su pelito café, ahora corto, como su corta su visión de la posibilidad de un futuro con otra persona de la que pudiera enamorarse.
Llegaba la siete de la mañana y prendía la regadera. Y yo, como buen cerebro, pienso mucho en la regadera y sin querer no le ayudaba a Elena, le removía otra vez aquellas tardes de risa, de besos… y le enseñaba ese mundo que era nuestro hacía años atrás. Donde las horas eran un conjunto de historias que no queríamos acabaran nunca.
Mientras se secaba el pelo se miraba al espejo y aunque fuera un poco tarde por aquello de que se retrasaba en la regadera se tomaba unos minutos para verse y recordar que no estaba en el ayer sino en el ahora. Y así se ubicaba en el presente, donde no estaba él. Y aquí, como buen cerebro, usaba todas mis fuerzas para que lo hiciera de la mejor manera.
El ahora no era malo, había vivido tantas cosas desde que Santiago ya no estaba en su vida que aunque la nostalgia la atrapara, mostraba una sonrisa recordando todos los sueños vividos… el verano en París, su primera exposición en la galería de Madame Claire. El enorme cuadro que vendió a lágrimas porque era el último que había pintado cuando todavía era su novia, su todo.
¿Qué significo para Santiago hoy? Se ponía su falda. ¿Qué puedo significar después de todo este tiempo? ¿Es que acaso los procesos son tan diferentes que aunque el amor ardió tanto tiempo ya no hay ni cenizas en su vida? Si tan sólo un recuerdo mío existiera en su día me conformaría para seguir teniendo esperanzas pero gracias al cielo un cerebro no puede entrar en otro cerebro así que esa información quedaba en el mundo imaginario donde cualquier mujer enamorada quiere explorar alguna vez.
¿Mujer enamorada? ¿Estoy enamorada de Santiago? Que estúpida idea. Se ponía la blusa. Su pelo iba secándose sólo como sus preguntas, un chongo bajo y era hora de salir. ¡El desayuno! Abría el refri, tomaba una manzana y una granola y yo enojado porque necesitaba más energías le metía la idea de hacerse un huevito rápido, para poder evitarme un dolor de mí, o sea, de cabeza. No me gusta dolerme. No me gusta causarle dolor a Elena, pero a veces siento que por más que quiera hacerla entrar en razón ella es la que causa todo.
Y mientras se distraía pintando en la escuela de Artes de Madrid me dejaba un poco a solas. Y aquí estructuraba todo mi plan macabro para que el día siguiente Santiago fuera menos importante y su vida tomara el valor que debía tener.
Inconsciente y atrapada por la emoción de cada pincelada me daba tiempo para eliminar algunos recuerdos y hacer importante lo que importaba: Su amor por el pincel. Ese que a diferencia de Santiago, sí le correspondía.
Pero mientras trataba de armar el plan yo también pensaba en él, no hubo dolor de cabeza mientras estaba con ella. No había sino amor y aunque se siente con el corazón y ese no soy yo, como mente lo disfrutaba tanto. Esos diálogos tiernos, esos pensamientos, esos sueños, ese todo que hasta yo extraño. A ver, no, no puedo estar pensando en él. De hecho necesitamos liberarnos de su amor. Porque lo que ya no está presente no es que no nos pertenezca pero tampoco nos alimenta. ¿O sí?
Entonces tuve una idea. Santiago puede vivir en nuestra mente pero de diferente manera. Sí, eso haré. No hay necesidad de olvidarlo, pero recordarlo como herramienta de inspiración podría ser el desahogo que Elena necesita para dejarlo salir de su presente ya que sólo así podríamos dejar entrar a alguien más. Dos amores verdaderos no caben en el mismo corazón.
Pintó un autorretrato. Sin enseñar su cara como también escondía sus pensamientos. Pero ¡Qué bonito le quedó! Fue la primera obra donde él ya no estaba. Sólo ella. Tal vez ese es el principio de resetear la mente. Sabernos solos, y eso me hizo más presente. Yo como su mente había tomado un papel más principal. Y así comenzó a escucharme más.
La siguiente mañana el café le supo diferente. Pensó en absolutamente nada. Sólo se concentró en ver amanecer. Así recuperó su día. Ahora le pertenecían las siguientes 24 horas para vivirlas para ella. Y ese fue el inicio de su aventura.
En la regadera sonrió. No dejaba de pensar en su pintura. O sea, en ella. Aunque estuviera oscura había una luz detrás. Esa luz que la iba a dirigir a recuperar sus días perdidos así que pintó más. Y más. Y más.
No, no se enamoró durante esa época de ningún hombre. No conoció a nadie como Santiago, no besó, no se dejó abrazar todavía, pero cada pintura le obsequió el mismo sentimiento que se vive cuando besas, cuando abrazas.
Santiago se fue desvaneciendo. Era sólo un pensamiento general, ya no había detalles. Lo amé. Era lo único que pensaba. Entonces se dio cuenta de la gran capacidad que había en su interior: Sé amar.
Sé amar y me sentí amada de vuelta, esa es toda la historia. Pero eso ya no es lo que me hace disfrutar el café. Ahora lo disfruto pensando en qué voy a hacer en el día. Y en la regadera sólo existe la sonrisa de quien sabe que tiene un día entero para ser ella, para explotarse con todo su ser a pinceladas.
Y esa es la historia del secreto de Elena. El que teníamos ella y yo, porque ya se fue, al mundo sub alterno de los días que ya no van a ser. Y saber que ya no van a ser fue la llave de su libertad. ¿Ahora que sí va a ser?
Tenía 27 cuadros, los mismos que su edad. Y aunque ya no estuviera en París para pedirle a Madame Claire un espacio más, sus pensamientos en la regadera se concentraron en la idea de volver a exponer.
Exponerse… dejar de estar en la oscuridad, asomarse al mundo, y vender, es decir, recibir. Y dar, es decir, permitir que su existencia se cuelgue en distintas casas donde existen otras historias y otros cerebros como yo.
Elena, la que ya no se esconde… ahora vive para ella, en un mundo real. Nunca lo supo a ciencia cierta pero yo sí, lo que hizo fue permitirse volver a amar. Primero a ella, y luego a alguien más… ese que no ha llegado pero llegará.