Una historia verídica sobre los berrinches emocionales. Sí, soy la de la derecha, sí, ése es el árbol.
¡Me largo de la casa! Tenía ocho años y si algo no me latía pues adiós nos vemos chao bye. Así que cada quince días amenazaba con irme de la casa. Y cuando me refiero a irme para siempre y que nunca me volverán a ver, hablaba de subirme al árbol dos horas para que me extrañaran, hablaran a la policía, ofrecieran rescate y darme cuenta de lo mucho que me necesitaban.
Así que hacía mi maleta con dulces, una latita de Lechera, papitas… y subía al árbol para hacerlos escarmentar… ¡No podrán vivir sin mí!
La única diferencia que no taba era que mi mamá lavaba los trastes y me veía por la ventana y se reía. Se hacía la que no me veía y lo lograba muy bien porque en esa edad no lo notaba.
Lucas me delataba volteándome a ver desde abajo ladrándome. “¡Chuscales!” Le gritaba para que se fuera o le aventaba una papita y eso hacía más difícil el asunto puesto que no me lo quitaba de encima…
Cuando bajaba me daba cuenta que no era indispensable. Que el mundo no giraba alrededor cosa que a veces a esa edad uno cree imposible y sí, con mi dosis de humildad regresaba para hacerles ver que yo los necesitaba más que lo que ellos a mí…
¿Quién acaba ganando y quién perdiendo en el período en el que se vive un berrinche?
“No le voy a hablar para que vea que no lo necesito” “No le voy a contestar tan rápido para que sepa que tengo otras cosas en mi mente” Cada que me encuentro en una situación como esta o escucho a mis amigas contármelo pienso en aquella niña del árbol…
Pero al final de cuentas ¿Qué ganas? ¿Qué ganas realmente “castigando” a la otra persona? ¿Qué ganas de privar al mundo de tu presencia?
Cosas como “no voy a ir al psicólogo para que no crea que él manda” o “si no me invitan pues no voy total que ni me moría de ganas de ir…” Ja, parece ser que después de todo este tiempo no he cambiado nada… y me da mucha, mucha risa, como la que a mi mamá le ha de haber dado viéndome comer papitas arriba del árbol para castigar a todos.
Creo que a veces tenemos de pronto ese freno de la felicidad, ese orgullo que nos detiene, ese “oooo” que le gritamos al caballo de la libertad… esa cárcel en la que solitos nos metimos y estamos esperando a que alguien nos rescate cuando tenemos las llaves en nuestros jeans.
Así es el ciclo de los berrinches y el problema es que nadie más que tú o yo, o el que lo hizo, tiene el poder de salir de él. Pero lo que lo detiene, o en este caso lo que me detenía a mí, es que sentía que salía perdiendo… y un berrinchudo odia perder… créanme soy presidenta del club.
El problema de terminar con un berrinche es que aceptamos algo que no queríamos aceptar. Deseábamos ser rescatados en vez de salir solos de la jaula y todo eso nos convierte en “perdedores”.
Y claro, yo sí me considero una perdedora cuando termino un berrinche… pierdo orgullo. Pierdo ego, pierdo grandeza… y pequeñita me bajo del árbol sabiendo que hay cosas mejores.
¿Quieres bajarte del árbol conmigo?
1.- Perderás fuerza de esa que es falsa; Cuando el mundo dice: Mira que hombre tan fuerte (refiriéndose a un orgulloso, eso es fuerza falsa)… yo prefiero ser debilita en el punto de no poderme resistir ante una reconciliación, abrazo o volver a empezar.
2.- Perderás menos tiempo del el que pensabas… si te decides bajar del árbol dejarás de estar en el limbo de los berrinchudos y comenzarás a darte cuenta de que:
A VECES CUANDO PIERDES GANAS.
No había nada más placentero en este mundo que abrazar a mi mamá por atrás y rodearle con mis brazos sus pompis porque estaba de esa altura, verla voltearse, secarse las manos de los trastes y darme un abrazo del tamaño de mi orgullo que había dejado atrás.
La vida no es para vivirla en el limbo de los berrinchudos… no importa si tuviste o no la culpa, te subiste al árbol y sólo tú puedes bajarte. Pierde, se siente padrísimo. Gana perdiendo, se siente aún mejor.
Pero ojo, tienes que entender que no es tarea de la vida recompensarte cuando decides bajarte. No va a haber fanfarrias y trompetas… no recibirás ningún trofeo. Pero si miras bien, te darás cuenta de lo que ganaste sin tener que tener una medalla de por medio… tal vez la otra persona no reaccione como tú quisieras en el período de reconciliación… Tal vez ella siga arriba del árbol y tengas que respetarlo…
Pero vive feliz de saber que tú bastas para reconocer tu esfuerzo y que vivir abajo del árbol es estar con la actitud dispuesta para amar más… porque no hay ningún tipo de dolor que sea más fuerte que negarnos a amar.