El día que nació Lucas lo supe desde que abrí los ojos a las 6:45 de la mañana. No solía levantarme temprano porque no dormía bien en las noches pero el amanecer rosado iluminó la ventana de otra manera que mis ojos cerrados no reconocían y entonces desperté para sorpresa mía antes que Carlos y justo ahí la intuición me dio una certeza “hoy nace”.
Puse mi panza en su espalda y dejé que sintiera por última vez ese milagro de llevar vida adentro. Se despertó. Nos quedamos así, viendo la ventana. No quise decirle nada, porque cada día que pasaba y yo tenía algún tipo de dolor, él se ponía nervioso y contento pensando que ese era el día pero luego llegada la tarde sin señal alguna, sentía que lo decepcionaba y se ponía a trabajar en la computadora desesperanzado. Y así pasaron las semanas…
Me fui a desayunar con Haydé. Se estacionó en mi casa y caminamos hacia La Cafetería porque me habían recomendado caminar. Todavía no recorría la cuadra de mi edificio y ya estaba agotada, era un espectáculo digno de mirar y Haydé grabó mis pasos. Nos reímos. Aún me acuerdo cómo sobaba mi panza y acordarme me hace sentir que lo hago de nuevo.
Pedí media orden de chilaquiles de La Cafetería que están hechos a base de chipotle y un jugo de naranja. Por unos segundos pensé – no sé si le dije a Haydé pero creo que sí en modo de broma – que ese sería mi última comida antes de que naciera mi niño. A medio desayuno y plática me quejé de la panza, pensé que era algún gas inofensivo y ella me grabó para mandarle a su hermano – mi pediatra – un video mío con cara de dolor “Grulo ayúdame” algo así dije.
Después de desayunar caminamos otra vez a la casa… no me acuerdo bien qué íbamos diciendo pero nos reímos las tres cuadras de regreso. Nos agarró el menso y mientras más me reía más me dolía la panza pero es que era imposible parar. Pensé para mis adentros que el día hasta ahora iba muy bonito para poderlo contar a Lucas cuando tuviera edad. Haydé no sabía pero trataba de guardar cada momento, a lo que olía el día, como se veía el cielo, la mesa donde nos sentamos… conscientemente estaba disfrutando sabiendo lo que venía. Estaba tan segura que cuando nos despedimos le dije “te veo en el hospital”. Lo cual fue cierto.
Abrí la puerta del departamento agradecida de que vivo en el edificio más bonito de Guadalajara (según yo). Y corrí al baño a hacer pipí. Había sacado el tapón y me había manchado de sangre, esto estaba empezando. Eran las doce y media y le mandé un mensaje a mi ginecóloga pero como tenía cita a la una y media no tuvimos que acordar vernos.
Le escribí a Carlos, le mandé foto de la evidencia – no me importa lo que piensen quiero contarlo tal cual fue, no me voy a saltar cosas por prejuicios – y vino corriendo a casa. Mi alma estaba en paz, una paz más pacífica de la que ya conocía. Una nueva paz. Así llegué al consultorio de Blanca. No había dilatado pero el cuello estaba flexible o algo así entendí.
– Pero según tu tanteo ¿crees que nace hoy? – le pregunté y Carlos estaba muy ansioso por saber qué nos decía. Ella quitándose los guantes con esa cara tan linda que tiene nos dijo “todo puede ser pero no creo que hoy, mañana o pasado sí”. Habiendo escuchado pensé que tal vez mi intuición no es la mejor y que mañana tenía que volver a aprenderme el amanecer y volver a ponerle la panza en la espalda de Carlos pero pensé que eso estaba bien, que Lucas iba a nacer cuando estuviera listo.
Llegamos a casa, no tenía hambre, nos quedamos con la advertencia de Blanca de que si tenía una contracción contara cuanto tiempo pasaba para la otra contracción y que si eran cada hora estaba bien pero que si empezaban cada veinte minutos le avisara.
Siempre he tenido risa de cuando me dicen eso porque ¿Cómo voy a saber qué es una contracción? “Son como cólicos” “Los músculos se te contraen” y muchas cosas que dicen pero ¿Cómo saberlo? Con esa mentalidad me recosté un poco en el sillón donde tanto tiempo pasé por motivos de la fibromialgia. En ese sillón veía por la ventana tan bonita que tengo que recorre desde el techo doble altura hasta el piso y que son tal cual puertas de vidrio para salir al balcón donde una gardenia, un rosal, un árbol de aguacate que sembramos Carlos y yo un domingo con un hueso de un aguacate buenísimo se posaban en su maceta.
Me dolía la panza así que fui al baño y saliendo del baño en la cama empecé a gritar como sirena de policía “aaa” “aaa” “aaa”… Carlos es una buena persona y es un buen compañero de vida pero como apoyo de mamá primeriza en contracciones ofrecía un pésimo servicio. Se ponía más nervioso que yo y en vez de tomarme de la manos se concentraba en la app del celular para medir cuánto duraban las contracciones.
Yo me acordaba de los videos que vi de youtube que decían que respiraras y que por cierto me parecían demasiado bobos pero al sentir ese dolor se me olvidaba respirar o sentía que no podía. Pero cuando logré tomar aire lo usé para decirle a Carlos que olvidara la pinche app y me tomara de la mano. Pero luego me la quitó porque lo arañaba. Así pasó el dolor y di por hecho – por la forma en la que grité – que esa era una contracción porque así gritaban en las películas.
Pasaron alrededor de dieciocho minutos y volvía sentir lo mismo… y otra vez, y otra vez, esta vez con diferencia de diez minutos uno de otro… es decir, jamás fueron cada hora. Le avisé a Blanca y me dijo “vente al consultorio”. Pero no me iba a ir así nomás, precavida mejor me metí a bañar… con Carlos como siempre. Y ahí, en el lugar que concebimos yo sentada, dejamos que el agua caliente corriera en mi panza… se estaba escribiendo ese capítulo tan esperado en mi vida y estaba siendo consciente de cada detalle y disfrutándolo todo. Incluso esas contracciones. Le avisé a mi hermana Ana.
Al llegar al consultorio tuve una o dos contracciones antes de sentarme en su escritorio y otra mientras Carlos le enseñaba de la dichosa app qué tanto estaban seguidas una de otra. Blanca dijo “ya estás en trabajo de parto” y nomás de escribirlo se me viene agua a los ojos de la emoción de acordarme. Vete a tu casa a comer pero algo ligero. Le dije que se me antojaba una nieve, me dijo que estaba bien… “Ve a una nieve y camina un poco si puedes y nos vemos en dos horas”.
Mi hermana me esperaba ya al salir del consultorio con Cristi mi sobrina y le dije que si íbamos a la casa un par de horas, que tenía nieve de garrafa de nuez, cajeta y mamey en el congelador. Aquí en el comedor donde escribo Cristi me trajo la nieve y cada que tenía una contracción me tomaba de la mano y la apretaba. Cristi, mi sobrina que me hizo tía, tenía la edad que yo tuve cuando ella nació y ahora ella me estaba acompañando en este ciclo de la vida que aún no deja de asombrarme.
Se reía porque mis contracciones duraban un minuto o dos y yo gritaba mucho y me retorcía y la verdad es que dolían demasiado, pero cuando acababan seguía yo de lo más normal comiendo nieve y bromeando, a Ana y a Cristi les parecía chistosa la bipolaridad de las contracciones y a mí me daba risa pero solo cuando no estaba sintiendo una. Apenas iba media hora de las dos horas que la doctora me había pedido pasar y no pude más… le pedí a Carlos cuando regresó de pasear a los perros que le avisara que ya no aguantaba que si podía ir ya y así lo hicimos.
Ya no podía subir las escaleras y me atendió abajo… no había dilatado y a Lucas se le había ocurrido la maravillosa idea de levantar la mano y la cara cuando siempre había estado acomodado. La idea de una probable cesárea era inminente. Mis contracciones ya eran tan intensas y fuertes que a veces creía que me iba a desmayar y Blanca dijo “Nos vemos en el hospital”. Sí, iba a tener a Lucas esa noche.
Carlos y yo siempre decíamos que Lucas iba a nacer de noche, era un presentimiento porque los dolores del último mes siempre me venían en la noche y me metía a bañar aunque fuera falsa alarma así que en una misma noche llegué a bañarme hasta dos veces.
Ya teníamos la maleta preparada desde meses atrás y estaba en la cajuela del coche. Rumbo al hospital tuve contracciones cada tres minutos y esa fue la parte más difícil de todas. Apretaba a Carlos y le decía que detuviera el coche de mala manera, hasta le agarraba el volante para que se orillara porque necesitaba retorcerme o no sé, pero andando el coche me dolía más.
Y a unas cuadras del hospital empecé a sentir las ganas de hacer del baño más grandes que podría imaginar. Mi cuerpo se enchinó y llegué a pensar que iba a haber un accidente en el carro, mis ganas eran tan grandes que le pedí a Carlos que se detuviera en cualquier restaurante pero a la vez sabía que no podía caminar hasta el baño, estaba desesperada y así me aguanté hasta llegar a urgencias. Dos camilleros llegaron por mí y agarré a uno de la camisa y le grité “¡Baño!” Me llevó al baño y Carlos entró conmigo. No podía estar sola no sabía si iba a hacer del baño o se me iba a salir el chiquillo. Y entre pujar y contracciones sentí un dolor inexplicable pero después de hacer (y vaya que hice) me bajó poquito el dolor.
Me metieron en un cuarto al lado del quirófano y me pusieron ropa de hospital y unas mallas me parece. Entre una contracción y otra mi cuerpo ya no respondía, no me desmayaba pero sentía que me desvanecía. El niño seguía con la mano arriba y la cara y el pronóstico era que podía estar así varias horas y el trabajo de parto duraría hasta mañana pero mi cuerpo ya no aguantaba una contracción más y es que eran exactamente cada tres minutos… no sé por qué pero así fueron. Normalmente empiezan cada hora luego cada veinte minutos luego cada ocho y así vas dilatando pero yo me dejé ir con todo cada tres minutos y sin dilatar nada. Así que se decidió cesárea. Pude estar con Carlos en esos momentos en los que se decidía.
Luego se fue a ver papeleos, Cristi cuidando la maleta en la entrada de urgencias y yo estaba con Ana sintiendo todo el amor que necesitaba ese día. Es imperativo dejarnos sentir amor e incluso pedirlo en estos momentos si se necesita y yo a Ana le pedía la mano y jamás voy a olvidar eso. Luego llegó mi hermana Flor me dio la bendición y cuando menos supe ya estaba en el quirófano y Carlos no había llegado
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Pensé que el quirófano iba a saber más tétrico… pero el personal tenía una cara de paz y disposición y se dirigían a mí con tal tranquilidad que me relajé. La anestesióloga no pudo ser más atinada porque no sentí esa aguja temida por todas, sentí más cuando me canalizaron en la mano. Blanca mi ginecóloga y amiga me abrazaba, me sobaba la espalda, me volvía a abrazar. También me dan ganas de llorar cuando me acuerdo de eso, es algo así como si además de ser doctora fuera tu porrista personal y el hecho de que fuera mujer y mamá era algo así como una hermandad, entonces volteé y sí, a excepción del pediatra, estaba rodeada de mujeres y sentí su fuerza. Así entró Carlos, con esa sonrisa nerviosa de papá nuevo que solo ese día le conocí así que la hice consciente para no olvidarla nunca.
La música empezó… la canción de Return to innocence, con la que escribí un discurso para una conferencia empezó a sonar… “En pocos minutos tendré a mi bebé en mis brazos” pensé y dejé que las doctoras organizaran lo suyo. El día estaba siendo perfecto. Estaba tan consciente de todo desde que amanecí que todo lo que llegó a mí lo disfruté, lo gocé y lo sentí como merecía ser sentido, gozado, disfrutado.
Las cosas que no dependían de mí habían salido hermosas como las canciones que iban saliendo en el iphone de Blanca… recorrí mi día, me acordé de mi caminata a La Cafetería y de mi último desayuno con Lucas en mi panza… me acordé del amanecer tan rosado y en las carcajadas con Haydé y mi abrazo con la promesa de que la próxima vez que la vería sería en el hospital. Y es que, desde que me había enterado que estaba embarazada había adquirido ese súper poder que todos los sabios buscan: vivir en el aquí y en el ahora. Había, durante las 39 semanas de embarazo, encontrado tanta consciencia en mis días que nunca había estado tan presente con la vida.
Y mientras pensaba eso creyendo que faltaba todavía tiempo para que naciera Lucas escuché a Blanca: “¡Ya vienes! ¡Bienvenido chiquilín! ¡Estás muy güero! ¡Estás muy hermoso!con la mano y la cara para arriba… vente hermoso, vamos para que te vea mamá un poquito”.
No tenía idea que una cesárea era tan rápida… la canción que se escuchaba era “I can see clearly now the rain is gone”. Y ahí de pronto vi todo por lo que había esperando tanto. Y no tengo palabras para describir eso. El alma explota. Te vuelves pedacitos, te derrites, te llenas de luz, te expandes, te asombras, te todo lo bueno que quieras imaginar.
Un bebé muy güero con chapetes rosas, los ojos cerrados y la boca en señal de a punto de llorar estaba frente a mí. Me derrito solo de acordarme. Me puse la mano en la boca ahorita y detuve el escribir porque las letras me trajeron a esa hora de nuevo. Todo era perfecto y Ana mi hermana pudo capturarlo con su cámara. De esos 20 minutos tiene 800 fotos. Excelente servicio.
Limpiaron a Lucas y yo ya quería tenerlo pero no alcancé a impacientarme porque ya estaba en mi pecho cuando menos lo pensé. Volví a explotar. Como truenan las palomitas de maíz así me estallaba el alma. Lucas dejó de llorar en cuanto se puso en mi pecho y sentí esa conexión tan sagrada e inquebrantable que ni toda la libertad del mundo que pretendo que Lucas viva, me quitaría. Es una unión más allá de la separación, una certeza de algo que no sé a la fecha qué es pero no necesito definirlo y con Carlos emocionado al lado mío jamás me sentí tan fuerte, y así de invencible vi cómo se abrió un camino frente a mí que recorreré con gusto siempre.
Pero eso sería después, ahora quería vivir mi momento porque aunque a veces nos queremos adelantar en la vida a todo, como yo cuando dije ¡Quiero otro! Después de que nació Lucas, aún así lo que está pasando es tan importante que el pasado y el futuro lo dejas en donde tiene que estar.
No poseer a alguien y sin embargo estar tan unidos y tan libres… eso es parte maternidad. Amar… solo amar. Amar sin definir al amor. Amar por amar, sin tener una excusa. Todo se vuelve tan claro… ya solo lo que importa importa.
Y cuando creía que las verdaderas transformaciones venían del dolor, llega el amor a demostrarme lo contrario.
Antes de ser madre dejé que entrara en mí la creencia de que merecía conocer el amor en su forma más profunda, que merecía la salud, que merecía lo que tanto deseaba y con todo esto que me fue penetrando poco a poco puedo afirmar que me fecundó primero la idea de saber que ya estuvo bueno de sufrir y que merecía ser feliz que la fecundación misma. Así que dejé que entrara la abundancia de golpe y fue cuando, en contra de algunas opiniones médicas, quedé embarazada.
Hoy a dos meses de haber nacido Lucas sigo en una especie de shock. Y es que el amor que ese día hizo la primera explosión sigue haciendo un efecto expansivo que parece no para nunca. Como la teoría de la creación del mundo…
Cuando me pasó eso temí que no fuera a identificarme con mi vida pasada y tuviera que dejarla ir, que tal vez regresaría del hospital y no me reconectaría con mis amigas o con lo que hago de la misma manera y es que dentro de la felicidad tan grande que recibes al dar a luz, existe una especie de nueva conciencia que aunque sea tan inspiradora pensé que me haría despedirme de lo que apreciaba de mi mundo pasado.
Pero no fue así… se fue lo que tenía que irse, me dejé de identificar con lo que ya no necesitaba y seguí conectada con las personas que quiero y con muchas nuevas, porque siendo mamá se abre una comunidad de entendimiento entre nosotras que no puede explicarse hasta que la vives y está mejor así porque es tan único y tan especial que es mejor que lo experimentes así, sin aviso previo de ello.
Y es que ese 21 de agosto a las 11:02 que nació mi niño, nací yo. Creí que el parto era para alguien más pero también fue mío. Es como si a partir de ese momento una Lucía emerge desde lo más profundo de sus propias cenizas y lo que era vida no se compara con esa nueva vida que resurge desde lo más doloroso de ella y recorre cada momento agrio para sustentar cada partícula herida de mi ser y gritarle a cada célula de mi cuerpo que grabó con tinta los malos recuerdos que a partir de ese día todo había valido la pena.
Resucité sin haber estado muerta y reviví aún estando viva y no lo veía venir. Y con esa transformación que no esperaba y ese don que bajó del cielo para hacerme otra pero la misma, me convertí en madre.
En el quirófano una luz se me metió al pecho pero no la vi. Mis ojos estaban concentrados en ver a Lucas por primera vez y dejarme sentir lo que sea que pudiera sentir… estaba preparada para sentir extraño o incluso sabía que podía no llenar las expectativas que tenía de ese día e iba a estar bien, y sin embargo, el milagro me atravesó el corazón sin violentarlo y me explotó el alma. Lloré. Un llanto delicioso, era el agua que me sobraba tanta vida que sentía dentro y que hasta entonces pude transcribir.
Y desde ese día estoy presente en la vida como nunca lo había estado. Y aunque esta misión lleve consigo el sabido desapego, entrego todo sabiendo que, como etapa primera de un todo, la maternidad a penas me ha enseñado el primer capítulo de este estado de consciencia en el que ahora felizmente me encuentro. Lo demás vendrá a su tiempo. El ahora es el ahora y vivirlo al máximo es lo único que importa.