Debajo del tapete de miedos que levanté porque ya no combinaba con la nueva pared de mi cuarto encontré a mi intuición tirada. Le hice cosquillas mientras la desempolvaba y las dos nos echamos a reír. ¿Cuánto tiempo había pasado? No nos importó, porque justo eso, ya había pasado. Recriminarnos sólo nos iba a hacer perder el tiempo y pronto le puse agua para té a calentar y la senté en la silla del comedor.
Platicamos de tantos sueños que ahora veíamos materializados, tantos desamores y nuevos bríos, tantas batallas que pude haberme evitado y aquellos otros atajos que sí acortaron mi camino pero no me enseñaron lo que el andar largo quería decirme y sin darnos cuenta volvimos a ser amigas.
Así, intuición y yo vimos caer la tarde haciéndome recuperar mi certeza, discernimiento y devolviéndole la sencillez a mi vida. Ella sin juzgarme y yo sin tener siquiera que disculparme porque a final de cuentas yo era la que la que me había perdido perdiéndola…
Al día siguiente el sonido de la regadera me despertó, se bañaba con confianza y yo todavía tenía ganas de dormir más horas pero su canto me hizo levantarme. Enfoqué mis ojos después de tallarlos y empecé el primero de mis días. Porque en esta vida todo es un principio y nada es un final. Porque un día al lado de mi intuición, es la vida entera.
Porque estar consciente de estar viva iluminada con la luz de tu intuición, es. Así sin ningún adjetivo después… Sólo es.