Conocí a Fabiola en la radio, necesitaba hablar sobre el cáncer de mama y ella atiende a pacientes que enfrentan esta enfermedad… Dios, no dejaba el micrófono, pero era un espíritu que necesitaba decir tantas cosas y yo no podía interrumpir tanta información que me estaba llegando a las puntas de los pelillos que se paran cuando alguien dice algo que sí entra por las venas. Nos hicimos amigas, ella es… es ella. Es fabiola. La tengo guardada así, sin apellido… tal vez su apellido es su sonrisa, su irreverencia, su greña, sus ganas de compartir sus experiencias de vida y escucharla que tuvo un día de locos. Pero es que no me imagino a Fabiola no estando de arriba para abajo.
Las dejo con un escrito que le pedí sobre su experiencia trabajando con personas que luchan para vencer el Cáncer.
Me llamo Fabiola, soy una mujer enamorada del sarcasmo y el sentido del humor. Hace mucho tiempo, leyendo el libro “La Rueda de la vida” de Elizabeth Kübler-Ross decidí que quería dedicar mi vida profesional a la atención de aquellos que parece que ya no tienen voz, quienes al final de la vida se encuentran queriendo decir las cosas más bonitas y profundas que tenían guardadas: los enfermos, en particular los terminales.
Curioso, pero los demás parecemos no poner atención, con el tiempo me he dado cuenta que creo que silenciamos por miedo, por no oír lo que nos confronta con nuestra propia mortalidad. La muerte es un tema difícil de entender.
Empecé en el camino de la Psicología hace varios años, después de algunos tropiezos encontrando mi verdadera vocación y al cabo de algunos continentes, maestrías, tesis y noches de estudios me convertí en Psicoterapeuta con especialidad en Psicooncología (suena a trabalenguas pero es la fusión de la Oncología con la Psicología, mi fascinación)
Para mi, tener la oportunidad de trabajar con personas a los que yo llamo guerreros, que viven la experiencia del cáncer, me ha enseñado mucho, mucho más allá de lo que pude aprender en un salón de clases o en una película que te deja llorando por días.
Aprendí que la enfermedad (cualquier enfermedad) es en realidad un mensaje y que nada se nos presenta en el cuerpo por casualidad, que si escuchamos e intentamos descifrar los mensajes, aprendemos tanto de la vida, tanto de lo que vale la pena, tanto de nuestros egos, de nuestros rencores, de nuestro pasado que no soltamos, de nuestras ganas de controlar lo que no podemos, de nuestro (en ocasiones) poco amor propio que se refleja en relaciones destructivas e incompletas.
Me encanta trabajar con mujeres, encuentro en nosotras una fuerza indestructible que impacta, a veces para bien, a veces para mal, pero siempre está ahí.
En ese estar, tristemente he descubierto que hay mucho espíritu pisado, mucha opresión, mucha represión sexual, mucha violencia, mucha misoginia, mucho silencio, mucha apariencia, mucho conformismo, mucho victimismo, mucho chantaje, mucho de todo que al final si lo metiéramos al horno tendríamos la mezcla perfecta para detonar el cáncer de mama.
He conocido guerreras que le han entrado a la batalla con el ímpetu de una tormenta que te deja cubierto bajo las cobijas en la noche, tiemblan de miedo, vomitan de sufrimiento, pierden de tristeza, dejan de reconocerse en el espejo, se sienten mutiladas, débiles, a veces sienten que quieren tirar la toalla y otras tantas la tiran y la vuelven a recoger.
Sin embargo, después de esa lucha quienes aún se encuentran en este mundo (porque estoy convencida que las que no, se fueron a otros que no todos podemos ver) se encuentran mas fuertes, mas bellas, con menos miedo a perder, con ganas de jamás volver a rogar por atención, por amor, por sexo, por dinero.
Se miran al espejo y no son las mismas, son producto de un proceso fuerte y doloroso que las ha llenado de esperanza y vida, sus costras han quedado atrás y dedican su vida a aprovechar cada instante aunque de pronto el miedo a volver a presentar la enfermedad se les meta a la cabeza y no puedan dormir.
En cuanto a mí, agradezco a la vida que me da la oportunidad de vivir a base de trabajar con emociones e historias de vida ajenas, que aunque a veces amanezco con el pie equivocado, el cabello anti manejable y no quiero enfrentar al mundo, recuerdo las cosas lindas que me rodean.
Amo la música, la lectura, los besos, el baile, el tequila y el vino tinto, la comida, el sueño, los perros (estos por sobre muchas cosas) y quienes me conocen saben que cuando yo nací, nací con un micrófono integrado que me permite contar historias que con fortuna también ayudan o a veces molestan a los demás y que me recuerda que cuando es necesario hay que hablar y hablar fuerte, sin importar que mis palabras sean del agrado del mundo entero, dicho de otro modo, mi mamá diría que soy contestona y alegona pero muy risueña.
Mi nombre es Fabiola Anaya, mexicana, soy Licenciada en Psicología, Maestra en Psicología Clínica, Psicoterapeuta Cognitivo Conductual y Terapeuta floral. Tengo 32 años.
Gracias por coincidir y leerme.
Te dejo mi teléfono si quieres comunicarte para una sesión, dudas, o quieres recomendarme: 333-167-1717
Y mi instagram: @fabiola_anaya