A veces la vida se parecen a los aerobics a los que iba con mis hermanas: ¡Arriba! ¡Abajo! ¡Arriba! ¡Abajo!
Las circunstancias nos provocan cambios de ánimo, las malas noticias, las hermosas coincidencias, las deudas, los amigos… pero he pensado que no importa si el refri de mi casa está medio lleno o medio vacío… lo que importa es que después de todas esas circunstancias existo yo y la manera en la que quiera vivirlas.
Coexiste algo llamado felicidad, esa que todos estamos buscando pero no sabemos donde… esas emociones fuertes que caen de golpe y nos hacen sentirnos como Edward Cullen ¡Llenos de brillantina! pero… más allá de las circunstancias, existe también una opción de vida: la plenitud.
Que si me fue bien, que si no me fue bien, mi entorno no define si estoy vacía o llena. Yo tomo voz en mi vida y la hago plena a través de mí. ¿Qué a caso son las circunstancias las que nos definen? No, señor, nosotros definimos a las circunstancias. Algo que llega a tu vida puede hacerte feliz, pero un modo de vivir de adentro hacia fuera puede hacerte sentir la plenitud.
Y es que… parece que vamos por la vida en busca de ese “no sé qué” que nos dará la felicidad: Un novio, viajes, un sueño… y parece ser que sí la da (me consta más bien jaja). Pero la plenitud es la que viene desde adentro… esa sensación de estar sentada en una mecedora disfrutando un café sabiendo lo que debes en el banco o el pleito en el que andas metida y decir: Ahorita necesito mi café, o mi té de hierbas relajantes… ver el panorama segura de que hay muchos problemas en la vida, pero también segura de que hay muchas soluciones.
Ser un líder positivo en tu existencia y vivir la filosofía que quieras adoptar para hacerte sentir mejor y ser coherente a ella, aferrarte a la fuerza interior y decidir caminar por donde tal vez nadie ha pisado, pero hacerlo porque a ti se te ocurre.
Que si las mujeres se casan antes de los treinta, que si hoy en día deberías vivir sólo y mantenerte, que si está bien esto que si está mal aquello… ¿A quién hacerle caso? Me volvería loca si tuviera que seguir todo lo que las reglas de la sociedad me marca porque en ese caso me convertiría en un “no sé qué” que callaría a mi voz interna, esa que todos los días me dice el secreto de la plenitud pero no todos los días la escucho por miedo a caminar sola.
Y es que de pronto a veces las voces de afuera se hacen más fuertes y la mía pierde su poder ¡Pobre de mi vocecita! Entonces pienso. Pero soy hija de mi papá y mi mamá y tengo grabado un código y también soy hija de Guadalajara y aquí hay reglas y responsabilidades y también soy hija del mundo y aquí está mal visto que haga esta cosa o aquella… y entonces entre el deber y el deseo se me va la vida siendo quién sabe quién.
En eso pensaba mientras estaba sentadita en el balcón este fin de semana de arena y mar. ¡Dios! Le decía (Porque yo hablo con Dios cuando estoy en la playa desde que tengo seis, mi corazón me dice que ahí está… digo, está en todos lados, pero desde que tengo seis saqué la conclusión de que escucha mejor en la playa y recordando eso le hablé).
¿Y si me quedo sola? ¿Y si por respetar mi voz me quedo completamente sola? Mi voz no me dice que vaya en la dirección en la que voy ahorita pero no quiero no pertenecer… mi voz dice que me ponga de pie y escriba todas esas cosas que no me he animado, que hable en la radio todo eso de lo que me da miedo y que experimente la sensación de sentirme plena a pesar de lo que tenga que sacrificar para lograrlo. ¿Cómo es que voy a perderme del mundo si me voy por el camino donde no hay nadie? Y sin dejar que Dios me contestara seguí hablando:
¿Por qué a veces la plenitud está tan lejos de lo que tenemos? ¿Por qué no se esconde dentro de las reglas que ya vivo? ¿Por qué se va por la orillita? ¿Por qué le gusta jugar por caminos nuevos? ¿Por qué la plenitud y la vida fácil no van de la mano?
En fin, como esas preguntas muchas, porque soy un ser humano y me permito sentir el miedo porque sí, porque existe y no voy a negarlo… pero sé que pronto, con todas mis ganas, voy a hacer que mi voz interior adquiera un micrófono, ese que le di tanto tiempo a lo que no debería. Mientras tanto me quedé esa noche viendo la luz de la luna iluminándose en las olas del inmenso mar pensando ¿Existe una soledad más grande que no escuchar lo que mi propio ser desea? Tal vez no sea miedo a la soledad, tal vez tengo miedo de no estarme queriendo como debería y entonces buscar a alguien que lo haga mejor que yo porque yo no puedo, pero, si de pronto yo me amara como debería, tal vez nunca me sentiría sola.
Y en esta telaraña de mente dejé mi plática con Dios que fue más bien un monólogo porque no quise ni dejarlo hablar o tal vez me contestaba en el sonido de las olas y no quise oírlo como no he querido escuchar mi voz que tal vez sea la misma de Dios hablándome. Ya no sé nada. ¡Chócala Sócrates!
¿Qué será de mí? Así me eché a dormir… ya entre sueños cuando uno está más relajadito pensé en todas esas veces que me había sentido en una encrucijada como la que me siento ahora… y entonces pensé que de alguna manera siempre volvemos a estar bien…
Y si por escuchar mi voz tengo que depurar mi alma de esta manera… que así sea.